El cuerpo como enigma - Lic. Daniel Ripesi

El siguiente artículo pertenece al Lic. Daniel Ripesi*, docente de la cátedra "La construcción de un cuerpo o la capacidad de jugar" de la Especialización en la Práctica Psicomotriz en Salud de la Untref.                                                                                                                                                        

*Psicoanalista. Titular de la cátedra “Escuela Inglesa de Psicoanálisis”, Facultad de Psicología de laUniversidad de Ciencias Empresariales y Sociales. Docente del seminario anual de posgrado del Hospital Ameghino (del Prof. Eduardo Smalinsky): “La transferencia como zona de experiencia intermedia”. Supervisor de equipos de Salud Mental de Equipos Hospitalarios de CABA. Premio Lucian Freud: Psicoanálisis/Cultura 2018. Acceso al texto distinguido: “Hijos del instante”. Autor del libro “Quemar las naves. Ensayos winnicottianos”. Autor de diversas publicaciones en medios especializados y periódicos de Argentina.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                            

El cuerpo como enigma

Del engaño al enigma: tensiones de los cuerpos en transferencia.

La verdad es que el título que convoca en esta oportunidad[1] me resulta particularmente interesante porque creo que el cuerpo como “enigma” (tal como reza el propio título de la convocatoria) es una construcción que podemos considerar bastante reciente, tanto en el campo del pensamiento en general, como en el terreno específico del psicoanálisis.

La subjetividad verdaderamente no se constituyó como “cuerpo-enigma” sino hasta hace -diría- relativamente poco, batallando con una pesada herencia cartesiana que, como todos sabemos, sólo puede pensar a los cuerpos como fuente de posibles engaños.

Me gustaría pensar, entonces, a partir del pasaje que les propongo considerar desde cuerpos que el pensamiento moderno consideró como promotores de engaños, al que en nuestra época entendemos que encarnan enigmas, pensar -digo- (si me da el tiempo) tres cuestiones muy vinculadas entre sí...

1)    En primer lugar, me gustaría pensar con ustedes si este cambio o pasaje entre estas dos modalidades expresivas de los cuerpos (ya sea como enigma, ya sea, como posible amenaza de engaño…), en todo caso, más que un “pasaje” no son dos posibilidades que están siempre en delicada tensión en la experiencia clínica de los cuerpos en transferencia. 

Y, en esta tensión entre una amenaza de engaño y la seducción de los enigmas, ver oscilar  a la posición del analista entre tener que tomar prevenciones o dejarse tomar por los misterios que proponen los enigmas…

Agregando lo siguiente: en esa tensión se daría la siguiente la siguiente circunstancia, no saber muy bien si es la efectiva posibilidad de enfrentar cuerpos que engañan lo que suscita la prevención del analista o si es la propia prevención del analista lo que termina dando consistencia a la amenaza de engaños...

2)    Ligado muy íntimamente a este tema, me gustaría hacer algún tipo de comentario respecto del enigma pensado como ruptura de los cuerpos de un orden natural (poniendo a los cuerpos en una tensión equivalente a la anterior, en este caso, entre la captación de los cuerpos en el orden de la naturaleza y el orden de la cultura.

Adelanto, que en este terreno la teoría y la práctica psicoanalítica también encuentran sus obstáculos como efecto de esta tensión, luego les comentaré sobre cuánto le costó a los psicoanalistas aceptar en la consideración de los niños un cuerpo fuera del orden natural.

En este sentido, el cuerpo de los niños como enigma fue un acontecimiento bastante inesperado (y resistido) para el psicoanálisis… En seguida trataré de aclarar esta cuestión.

3)    Y finalmente, (todo esto resulta ya demasiado ambicioso, pero simplemente me gustaría tan sólo abrir estos temas y explorar si tienen articulación entre sí), -digo- me gustaría  pensar en las nuevas formas en que los cuerpos contemporáneos parecen articular en la actualidad sus enigmas. Lo que llamamos “cambios epocales” bien se podrían pensar como la reconfiguración de los enigmas que encarna un cuerpo…

Siempre recuerdo en este sentido la bella frase del poeta Joe Bousquet, que a causa de una gravísima herida que sufrió durante la Primer Guerra, y que lo dejó postrado de por vida, expresó lo siguiente:

“Mi herida estaba antes de que existiera, he nacido para encarnarla…”,  me gustaría comentar cómo cada época ofrece un cuerpo distinto para darle un estatuto muy diferente y sancionar socialmente de manera muy distinta -muchas veces- al mismo tipo de herida.

Por ejemplo, ¿es el mismo cuerpo el de una mujer maltratada por su pareja cuando se la considera atrapada, por no decir, como a menudo se ha considerado "cómplice" de un "drama pasional", a cuando se la piensa como víctima de una violencia de género?

Personalmente no creo que se trate del mismo cuerpo, porque no creo que sean dos modos distintos de nombrar un mismo episodio de violencia, sino -en todo caso- un mismo episodio de violencia se encuentra con la producción de un cuerpo inédito que obliga a buscar otros modos de nombrar esa violencia. Cuerpos que quieren jugar de otro modo y eso altera todo un orden establecido...

Entonces, estos son los tres temas que me gustaría trabajar con ustedes, por lo menos me conformo con dejarlos planteados y sólo mostrar su posible articulación: la relación que puede establecerse en el terreno clínico entre el enigma y el engaño, el enigma como ruptura de un orden natural, y el enigma y los cuerpos contemporáneos…

Comenzando con esta propuesta, diría que hay que reconocer que aún en la actualidad persiste en la experiencia analítica (en muchos casos) el temor a tener que enfrentar cuerpos (que repito: aún hoy) parecen seguir despertando sospechas… Sugiero que esta expectativa (que se le puede imponer a cualquiera en cualquier momento) opera como obstáculo epistemológico en el desarrollo de las curas.

En este sentido, creo que en el pasaje desde el engaño como posibilidad expresiva de un cuerpo, a poder plantear la potencia de sus enigmas, se juega no sólo una ruptura de orden epistemológico para pensar la naturaleza de los cuerpos, sino también un desafío de orden clínico.

Desafío en el sentido de no dejarnos arrastrar en la dirección de las curas, a veces, de manera acentuada, a veces, de un modo más atenuado, a la predisposición de “no dejarnos engañar” por los pacientes..., por el temor -por ejemplo- (este es sólo uno de los riesgo temidos), a quedar atrapado en sus goces, o conniventes con los beneficios secundarios de un determinado padecimiento.

Lo cierto es que es verdaderamente difícil a partir de una especie de desconfianza “profesional” que se pone en juego en algunos tratamientos, restituir cierto clima de intimidad y confianza que, por otra parte, son absolutamente necesarios para el trabajo compartido.

Incluso podemos considerar que esa necesaria atmósfera de confianza e intimidad no es otra cosa que la evidencia más concreta y palmaria de que lo que llamamos "situación analítica" se ha establecido de manera satisfactoriamente, es decir, que los principios de abstinencia y neutralidad han tenido su desenlace más afortunado.

De lo contrario, también podemos suponer que algo del orden del engaño estaría gravitando silenciosamente en el diálogo analítico...

Voy a pensar, entonces, la potencia creativa de los enigmas en la clínica en relación  al eventual temor a los engaños como dos posibilidades expresivas de una presencia, y en este sentido, parto de una hipótesis:

La configuración de un engaño en el terreno clínico es a menudo un enigma que se ha prostituido (y esto, a veces, por disposición subjetiva de cierto tipo de pacientes, a veces, por cierta disposición demasiado agazapada o prevenida del propio analista en la dirección de la cura), o lo que sucede más a menudo, por la conjunción de ambas posibilidades.

Como sea, la tarea clínica consistiría en en estos casos en hacer de un engaño un enigma, en restituirle ese delicado estatuto... (lo cual tiene directa influencia en los cuerpos, tanto del paciente como del analista).

Digamos que si el engaño tiene como horizonte de referencia a una presunta verdad, una verdad que eventualmente se intenta ocultar o tergiversar, incluso “confesar”, el enigma (en el mejor de los casos)  toma su punto de apoyo en una experiencia de curiosidad compartida.

De modo que el enigma no incentiva el develamiento de algo oculto sino el estímulo necesario para una exploración. 

En tanto “curiosidad compartida”, se impone a analista y paciente una especie de no-saber compartido como motor de la cura. Diría más, un enigma no construye ni busca en la figura del analista un “sujeto supuesto saber”, por así decir, sino que lo que busca y necesita es algo mas complejo: un compañero de viaje… (Después puedo fundamentar un poco esta ocurrencia).

En este sentido, los enigmas en una cura no se adscriben a la propiedad estrictamente individual o personal de alguno de sus participantes en particular, un enigma carece de un contenido que pueda objetivarse y del que se pudiera operar una cierta manipulación y, eventualmente, un posible desciframiento.

Hay probablemente pacientes y/o analistas “enigmáticos”, pero estas son sólo imposturas, el enigma como soporte transferencial que pone en diálogo dos cuerpos, se instala -en todo caso- en un territorio común del intercambio analítico, es un acontecimiento “entre”, en términos de Winnicott diría que el enigma es un fenómeno transicional. 

Ese “entre” de los enigmas pone a los cuerpos en permanente tensión: tensión entre lo que  oculta y muestra, lo que ofrece y retiene, sus profundidades y su superficie, etc.

El enigma, en el pensamiento de Winnicott, es un pariente muy cercano de la paradoja, para él, en la expresión de los cuerpos y su sensibilidad, como dice Paul Valery, “lo profundo es la piel...

(Volviendo a ese lugar “entre” de los enigmas): No se si recuerdan que Winnicott plantea que una psicoterapia es la superposición de dos áreas de juego, la del paciente y la del analista, esto básicamente significa que ninguno de los dos debe atrapar al otro en su propio juego, es decir, no someterlo a las propias reglas, ni atraparlo en las propias necesidades.

Si se admite este difícil límite a la omnipotencia de uno y otro, se abre efectivamente el juego de los enigmas para sostener animado al tratamiento.

En ese punto de superposición, en el que ni paciente ni analista dominan o controlan la experiencia que viven y sienten juntos, el jugar los enfrenta con una serie de enigmas que no derivan de ninguna determinación subjetiva previa, es decir, que no son el producto encriptado de un conflicto, el enigma no porta secretos ni es un producto simbólico, es una producción inédita de significación.

Como sucede, por otra parte, en cualquier diálogo de cierta honradez y que avanza lo suficiente, sin duda se parte de ciertas presunciones previas de las intenciones propias y ajenas, de cierta intención de decir tal o cual cosa, o de persuadir, o bien, de "dejar pasar" algunas cosas, de disculpar o disculparse, etc., y sin embargo, a poco de iniciado el diálogo, es posible que la propia experiencia de intercambio produzca un campo de significación en donde no sólo se expresan cosas inesperadas sino también se configuran interlocutores inesperados.

El enigma no confirma una determinada posición subjetiva sino que la produce…

Pero la idea fuerte para que los enigmas cobren vida en la experiencia analítica es intentar situar la posición del analista en una posición de no-saber, lo cual es sumamente difícil, porque nos pone algo vulnerables y a expensas de lo inesperado, en general nos atamos a nuestros hábitos intelectuales. Muchas veces, lo que nos parece como el acontecer más natural y obvio no es otra cosa que un enigma rechazado…

Que los pacientes vuelvan cada semana a su sesión puede ser, por ejemplo, un verdadero enigma. Podemos incluso pensar las razones por las cuales algunos sujetos no pueden dormir, pero no nos preguntamos demasiado si han podido despertar...

En todo caso los enigmas desafían al sentido común, son una recusación de toda estructura de significación dominante (incluso no se dejan atrapar por la axiomática psicoanalítica que maneja el analista).

Como sea, es probable que incluso actualmente el cuerpo contemporáneo esté adquiriendo otros estatutos, es decir, otros modos de encarnar enigmas, por ejemplo, el “cuerpo sin órganos” que proponen (bajo la inspiración de Artaud) Deleuze y Guattari (en el Antiedipo), un cuerpo recorrido sólo por intensidades y flujos, cuerpo con pliegues y puntos de fuga.

O, el cuerpo que piensa Donna Haraway y otros autores, como “cuerpos cyborg”, o cuerpos en transición, que son cuerpos producto de un acoplamiento entre el organismo y las máquinas…

Cuerpos siempre intervenidos aunque se los pretenda en completa desnudez… Siempre recuerdo a este respecto lo que planteaba John Berger, quien decía que “exhibirse desnudo es convertir en un disfraz la superficie de la piel y el cabello del propio cuerpo”. El pudor, en este caso, se estrecha a los pliegues del propio cuerpo y mantiene así sus misterios. El enigma parece ser un poco eso, marcas expresivas en el cuerpo que proponen límites siempre imprecisos…

Finalmente, como también lo expresa desde otro ángulo M. Ponty: “...no podemos soñar con ver las cosas totalmente desnudas, porque la misma mirada las envuelve, las viste con su carne”.

Recuerdo que hace unos años llevé a mis nietas (que son fanáticas de las historietas Manga)  al Jardín japonés para ver un certámen cosplay que se estaba desarrollando en ese momento. Desfilaba gente que se había disfrazado con los atuendos de diversos personajes de la historieta anime… Me pareció divertido (y no pude evitar pensar que algunos de ellos estaban un poco locos), pero al poco tiempo se me hizo evidente que la única diferencia que había entre “ellos” y todos los que estábamos allí (“nosotros”), que de algún modo creíamos estar como simples espectadores, -la única diferencia, digo- era que nuestros disfraces disimulaban apenas un poco mejor nuestra reprimida locura (o peor aún, la transformaban en “sensatez” y “prudencia”). Entonces entendí mejor la frase de Winnicott según la cual “la mera cordura es pobreza…”

Estos desarrollos sobre los cuerpos-cyborg que -me apresuro a decir- no he trabajado de manera detenida, me parece que no buscan tanto expresar una apología del “cuerpo máquina”, en el sentido del cuerpo “mejorado” en sus funciones a partir de ciertos implantes cibernéticos (como podría ser por el uso de un marcapasos o un simple par de anteojos, etc.), tanto como poner en cuestión la diferencia “naturaleza”/”cultura” como una pauta de jerarquías innatas (por desplazamiento se ha hablado, por ejemplo, de “civilización y barbarie”).

Y esta diferencia concierne al estatuto de los cuerpos en su pasaje del “engaño” al “enigma”, y tuvo sus alternativas en la historia del pensamiento psicoanalítico.

En la teoría psicoanalítica, por ejemplo, la noción freudiana de “apuntalamiento” supone (como mito originario) el de un cuerpo que en sus orígenes está captado enteramente en el orden de lo natural,  a continuación y por efecto de la incidencia de los cuidados maternos, la consecuente erotización del cuerpo orgánico hace ingresar al sujeto en el orden de la cultura. 

Se trata de otro modo de considerar ese pasaje desde el estado de naturaleza al orden de la cultura al que proponia el pensamiento moderno de la mano de Hobbes y de Rouseau, pero conservando el mito de un pasaje de uno a otro orden.

Este pasaje desde el orden de la naturaleza al de la cultura fue interpelado y reinterpretado desde una perspectiva estructuralista que modificó el mito, pontificando  (si así puede decirse) al “orden simbólico” para pensar a los cuerpos por fuera de toda secuencia cronológico/evolutivo…

Ya no se trata de un pasaje pensado como un desarrollo madurativo sino como efecto de un corte que no tiene referencia histórica, es decir, no hay un "antes" del orden simbólico, incluso cuando se hace referencia al mito de la horda primitiva, respecto del parricidio daría lugar al pasaje del estado de naturaleza al de la cultura, se nos advierte que si vamos a husmear en la tumba del padre de la horda, se la encontrara vacía.

La ruptura que propone la mirada estructuralista toma la fórmula muy conocida por todos que plantea “anterioridad del orden simbólico” en el proceso de subjetivación.

En dicho proceso se hablará, en todo caso, de tiempos lógicos, pero no cronológicos, es decir, de un devenir no marcado por alternativa de carácter genético-evolutivo.

Ahora bien, fue M. Klein, para mi gusto, la primera en dar un paso en este sentido, es decir, en ofrecer una perspectiva de carácter estructuralista para pensar la constitución subjetiva, y es ese paso lo que posibilitó -a partir de ella, y con ella- poder pensar algo que el psicoanálisis de ese momento no podía concebir, y en todo caso rechazaba y resistía: (y estamos hablando de un tiempo en que la teoría psicoanalìtica estaba plenamente desarrollada…), la clínica con niños.

El cuerpo de los niños no encarnaban ningún enigma para los psicoanalistas, me gustaría explicar un poco esto. Para decirlo de un modo más directo, M. Klein restituyo un cuerpo enigma para los niños.

Es que para el establishment psicoanalítico los niños estaban mucho más cerca de la “naturaleza” que de la cultura...  Los tocamientos maternos habían sido efectivos, por así decir, pero la Ley no regulaba todavía de manera efectiva la convulsión pulsional que los habitaba… El orden de la cultura aun no operaba efectivamente sobre ellos.

Los niños eran como el buen salvaje de Rouseau, sujetos en estado de naturaleza, aún inmaduros y a los que -como decía Serrat- “por su bien hay que domesticar” (es decir, “educar”, el psicoanálisis recomendaba en sus tratamientos lo que se nombraba como “intervenciones pedagógicas”) para hacerlos entrar en la cultura.

Fue M. Klein quien destituyó las categorías niño-adulto como una obviedad basada en el sentido común, los arrancó del orden de la naturaleza, y los pensó como elementos de una estructura. 

Repito, sin este movimiento los analistas no podían ser sensibles al sufrimiento de los niños, fue M. Klein quien los puso, contra la encendida resistencia de muchos analistas, en el “orden simbólico”. Esa matriz estructural (que configuraba para Klein lo que si bien guarda importantes diferencias puede considerarse en muchos aspectos equivalente a lo que más tarde se nombró como “anterioridad del orden simbólico”) se llamó Edipo temprano.

La categoría  diagnóstica -nunca abandonada por Freud- de "neurosis actuales", también propone en su etiología disfunciones  en el ejercicio "natural" de la sexualidad, como el coito interruptus o el onanismo, etc.

Sin embargo, el uso que en algunos casos se hizo de la expresión “orden simbólico” (para despejar todo tipo de expectativa que tomara como referencia a una regulación del despliegue subjetivo de carácter “natural”), puso demasiado énfasis en la idea -precisamente- de un “orden” en lo que puede considerarse una adecuada articulación subjetiva -y, en definitiva, la de los cuerpos- en dicho “orden”, y también para considerar las alternativas que se suponen más “sanas” de un lazo social.

El orden de la cultura deviene algunas veces en la consideración de un criterio para pensar una “cultura ordenada…” 

De algún modo lo que llamamos orden simbólico tiende inevitablemente a confundirse con lo que podemos pensar más bien como un “orden social”, en el sentido de esa suma de tradiciones, de prejuicios y sentidos comunes que atraviesa lo epocal en una cultura, regulando con sus pautas performativas que operan sobre los cuerpos. No es necesario recordar aquí los trabajos de Foucault.

Volviendo a Winnicott, diría que se tiende a confundir las reglas del juego que regulan y fijan los límites y alcances de la experiencia cultural con la experiencia misma del jugar. Evidentemente hay una interacción entre reglas y experiencia en la que los cuerpos de tanto en tanto desafían críticamente todo tipo de orden establecido.

¿Hasta qué punto el orden de la cultura resiste el jugar de los cuerpos y los somete a sus prescripciones?

Se podría pensar al cuerpo “como enigma”, entonces, como la ruptura inesperada de un orden consensuado. Considerar al cuerpo como un verdadero acontecimiento en el devenir si se dan determinadas circunstancias.

Algo similar a lo que sentimos cuando, por ejemplo, en el curso de un tratamiento de pronto en el diálogo paciente-analista las palabras empiezan a tomar cuerpo, adquieren cierta densidad y relieve, y de algún modo el fenómeno transferencial se torna una suerte de “cuerpo a cuerpo”. 

A partir de esto me surge una pregunta: ¿hay verdaderamente otra cosa que no sean dos cuerpos que viven y respiran juntos en el encuentro paciente-analista? Lo que seguramente hay algunas veces (en ese contexto, pero también en muchos otros), de alguna manera alguna vez hemos confrontado esta experiencia, son presencias que no alcanzan a tomar cuerpo en el contexto analítico, son -sin lugar a dudas- los cuerpos que carecen de enigmas.

Un cuerpo sin enigmas, como lo anhelaría -por ejemplo- el hipocondríaco, carece de todo poder de atracción, es la otra cara de un enigma que no tiene cuerpo en donde alojarse. Un cuerpo sin enigmas es equivalente a esos sueños extensísimos y laberínticos, que no despiertan el menor afecto en el soñador, sueños que eventualmente se cuentan en un análisis pero con total indiferencia y sin suscitar ninguna asociación. Es decir, cuando un cuerpo se presenta sin enigmas pierde su virtud poder de entrar en diálogo con otros cuerpos, de sostener un intercambio que admita una transformación posible.

(Anecdota)

En 1952 Winnicott escribe una carta a M. Klein denunciando, justamente, que los analistas intentan transmitir a sus colegas sus propias experiencias clínicas, pero en términos de lo que él llamaba un “lenguaje muerto”, porque de algún modo es un lenguaje con el que -justamente- los analistas presumen haber derrotado todo enigma.

Lenguaje, entonces, que intercambian palabras que no laten, no respiran, no sufren ni se desangran, simplemente especulan, si, pero no tocan…

Denuncia entonces Winnicott el uso de una jerga desvitalizada, contraseña que está más al servicio de reforzar lazos de pertenencia escolástica de los analistas que a intentar decir algo para que tome cuerpo respecto de su clínica para la escucha de sus colegas en términos de experiencia vivida. Lenguaje en definitiva sin nadie que lo habite, sin nadie que tome el riesgo de encarnar la palabra.

En un artículo que se llama “La experiencia de mutualidad”, Winnicott plantea que la matriz del intercambio paciente-analista encuentra su naturaleza más íntima en los primeros intercambios entre el infans y el otro de los cuidados. Comenta algo que es bastante común de observar en la experiencia de amamantamiento, que mientras la madre le da el pecho al bebé éste la mira e introduce por su parte sus deditos en la boca a la madre, como si él estuviera jugando a alimentarla también.

Describe así el soporte sensual de un intercambio en el que (y lo podemos tomar como un enigma) ya no se sabe muy bien dónde termina el placer erótico de uno y dónde empieza el del otro… Pero también, quien sostiene y da seguridad y confianza a quien para vivir esa experiencia de intercambio en el que sólo se acepta al cuerpo del otro si el otro acepta el propio cuerpo.

Como sea, en un diálogo, escuchar es dejarse tocar por las palabras, porque a menudo, entender con exactitud lo que se nos está diciendo, es que se ha tomado demasiada distancia en este sentido. Por otra parte, a nadie le gusta que se lo entienda enteramente, recuerdo que F. Pessoa decía que no quería ser comprendido totalmente porque de ese modo se sentía prostituido...

También el diálogo analítico, para Winnicott, funciona sobre ese modelo de experiencia de mutualidad, y -en ese contexto- el analista debe evitar llevar a cabo lo que él llama una “estafa de seducción”.  ¿Qué supone una estafa de seducción? Diría que supone abusar de la teta con efecto narcotizante, es decir, no dejar que a su vez el paciente nos meta sus dedos en la boca mientras intervenimos. En fin, evitar esa incomodidad, y exigirles máxima docilidad.

En todo caso, la estafa de seducción trata de evitar que el diálogo analítico sea una suerte de “cuerpo a cuerpo”, de intercambio de contactos, posturas, gestos, miradas, sonidos, palabras y silencios, llamadas, pedidos y esperas, formas de sostener y ser sostenido, formas de mirar y ser mirado, etc., y se mantenga en la decodificación de toda manifestación subjetiva tomada como estricta manifestación de una estructura.



[1] El presente trabajo se presentó en el Seminario de Pos grado organizado por el Cesac nro. 10, 2022, Htal Penna.

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