Reflexiones sobre algunas vicisitudes del dispositivo clínico psicomotor: la niña que no cesa de llamar - Carolina Taborda
El presente escrito fue elaborado y presentado por la Lic. Carolina Taborda como trabajo final del Curso de posgrado “Los dispositivos Clínicos en Psicomotricidad: aportes de Jean Bergès”, a cargo de la docente Leticia González.
Reflexiones sobre
algunas vicisitudes del dispositivo clínico psicomotor:
la
niña que no cesa de llamar.
Introducción
El presente trabajo
tiene como propósito considerar algunos conceptos de Bergés trabajados en el
curso “Dispositivos clínicos en psicomotricidad” en relación al trabajo que
realizara hace ya algunos años con una niña de 6 años, quien retomaba tratamiento
psicomotor después de cuatro años de haber tenido el alta en atención temprana.
Delfina nació con retinitis pigmentaria, patología visual degenerativa que se trasmite por la línea materna. La enfermedad la afecta en parámetros bastante moderados: tiene miopía y astigmatismo, usa lentes aéreos, en clase necesita ubicarse cerca del pizarrón graduando los excesos de luz natural, puede ver bastante bien de noche y aun no tiene dificultades significativas en la visión lateral y mucho menos en la central. Por otro lado, Delfina también presenta un nistagmo horizontal congénito y movimientos leves compensatorios de la cabeza que a su vez, tienen presentación variable sin que esa variabilidad tenga una explicación médica del todo clara, excepto cuando realiza cambio de lentes pues, al mejorarle la agudeza visual, el nistagmo se enlentece.
Lo que acabo de plantear está ubicado enteramente en el campo de la función visual y motriz. Es de orden orgánico, con esa llamativa presentación que adquiere el nistagmo como signo motor visible que desencadena – a los pocos meses de nacida- la derivación a atención temprana con una especialista -psicomotricista y estimuladora visual- con un objetivo ligado al acompañamiento en el desarrollo, con énfasis en la prevención[1].
De la organización
psicomotriz: un entramado complejo
La función -con sus
posibilidades y obstáculos- no discurre separada del funcionamiento ni de la
funcionalidad sino que forman una estructura (González, 2009) que se pone a
andar tempranamente en un marco de posibilidades, obstáculos, juegos e
inter-juegos con el otro y el mundo pudiendo, eventualmente , generarse un síntoma psicomotor. De los primeros tiempos
de Delfina pude acceder a informaciones parciales, de las cuales selecciono dos:
la primera es que -mientras a la niña se le hacían los estudios para explorar
la alteración visual, la madre manifiesta su temor a que éste fuese producto del
maltrato que recibía de su hasta ahora pareja, padre de la niña. La segunda, no
desvinculada de la primera es que, desde bebé, Delfina duerme en la cama de sus
padres.
Luego de la intervención psicomotriz
en estimulación temprana, Delfina mantuvo atención en estimulación visual e
inició psicoterapia. Sus padres también comenzaron un espacio terapéutico en
forma conjunta y alternada. Durante ese tiempo algunas dinámicas vinculares mejoraron:
la madre comenzó a trabajar, ganó autonomía y esto propició la separación de Delfina
además de un mayor involucramiento del padre en tareas de cuidado.
Otras dinámicas, como el
colecho, no se modificaron. Y frente al inicio de la escolaridad (educación
inicial), se comienza a observar la exigencia materna para que las tareas
domiciliarias queden “bien” realizadas, tanto en prolijidad como en objetivos,
sin considerar las posibilidades-obstáculos de la niña para focalizar y sostener la visión en tareas que requieren de mayor atención y
precisión. Los registros clínicos dan cuenta del
modo en que la mamá se dirigía a la niña con frases como: “eso te quedó
horrible”, “lo que hiciste es cualquier cosa”. Además, Delfina frecuentemente
pide que sea la madre la que le alcance las cosas y haga por ella entrando en
dinámicas conflictivas donde predominan la confrontación y el desafío.
Durante todo ese tiempo
de intervención en psicología y estimulación visual, llegan tarde a muchas sesiones
y cuando asisten ambos padres se evidencian mensajes contradictorios entre
ellos, que las terapeutas leen como desencadenantes de variadas conductas
agresivas de Delfina: insultos, juegos de confrontación, peleas frecuentes
cuando juega con sus primos, etc.
Finalmente, en el año
que comienza la escolaridad, el equipo terapéutico sugiere que retome
tratamiento psicomotor pues, a su juicio, Delfina presenta aún evitación de
juegos/actividades corporales además de no haber definido la lateralidad.
Las múltiples “líneas
de fuerza” en el trabajo clínico: ¿lecturas “im-posibles”?
En la reunión de
equipo previa al primer encuentro con la niña y su madre escucho las palabras y
el tono de mis compañeras. Hay desgaste, algo de fastidio/enojo y pocas
expectativas en que los padres puedan
implicarse y sostener el tratamiento. Yo me pregunto, frente a tantos años
continuos de abordaje, ¿cuánto se ha podido inter-venir? ¿cómo y qué se lee de
las faltas a sesión, las llegadas tarde? ¿Por qué se insiste y qué es lo que
insiste?
Según la etimología,
insistir viene de “sistir” que significa “adoptar una postura, ponerse en pie,
mantenerse” y de “in” (en). El interrogante creo, está entre las acepciones:
¿se tratará de poner “énfasis” en la postura o se tratará de una continuidad
del “reiterar” o “repetir”; “porfiar” o “empecinarse”? Apelando a las lógicas
de los contrarios de la dialéctica: ¿habrá desistir en el insistir? Y del otro
lado: ¿qué insiste en la familia cuando afirman que necesitan seguir yendo al
centro a pesar de que luego, la demanda parece no instalarse o no insistir?
El dispositivo
clínico, como todo dispositivo (Foucault, en García Fanlo,2011) no supone
coherencia ni linealidad entre lo que se dice y lo que se hace; entre lo que se
escribe -o no se escribe- en un reglamento (o en un código) y las prácticas; ni
entre las disposiciones y los afectos que circulan en la red. Asumo que en
cuestiones de subjetivación, nuestras clínicas están llenas de matices, de
líneas de mayor y de menor fuerza de poder que discurren conjuntamente en la
“máquina” (clínica) como plantea Deleuze (en Garcia Fanlo, 2011) y también, de
aspectos ignorados, no sabidos y encriptados. Dicho de un modo más simple, el
dispositivo admite contradicciones, superposiciones y nudos en la trama no
siempre visibles.
En función de estas
consideraciones, inicio el tratamiento intentando “no saberlo todo” ni
comprenderlo todo, pero reconociendo que hay algo en el vínculo clínico que no
se ha armado, pero que en eso que no termina de armarse (o que se desarma
mientras se pretende ser armado), se jugó y se juega algo del cuidado del otro
en términos o bien de su dominación (lo cual significaría un no cuidado) o bien
de su liberación, en términos de prácticas éticas (Foucault,1984)[2]. Por esto mismo, la
pregunta que se abre desde mi posición es: ¿qué prácticas de liberación son
posibles con Delfina en relación a su familia y en el centro? Esas prácticas: ¿podrán
ser coherentes o sinérgicas entre sí?
Presentación de la
niña: lo que se muestra y lo que se oculta en el encuentro
Delfina llega a la
primera sesión acompañada por su madre. Es una niña delgada con hombros algo
caídos, rostro sereno y una mirada directa y suave. Apenas entra, se sienta -¿o
se desploma?- en el respaldo de la silla quedando brazos y piernas en
extensión, hacia afuera, desparramadas. Me mira con atención cuando la saludo y
hace un pequeño gesto de asentir como respuesta. Me presento y la invito a
pasar. Me pregunta, en un tono muy suave -y poco audible-, si puede llevar las
dos cajas de juguetes que están en la sala de espera y le digo que sí. Ese
hablar “para adentro”, bajo, suave, será una forma bastante constante de
presentación en el curso del tratamiento, excepto -y esto me sorprende- cuando
realiza un juego con dichos materiales: coloca las cajas encima de la mesa y
procede a sentarse en una silla para explorar meticulosamente lo que hay dentro:
saca y observa, identificando lo que es nuevo de lo que ya conoce. Me lo
cuenta. Luego, elige varios muñecos y comienza abrupta y precipitadamente un
juego de luchas: con un muñeco en cada mano, los choca y pega entre sí mientras
la voz -igual de precipitada y fuerte-, casi gritando, sostiene las palabras: “pussshhhh”,
“tomá”, “puta”, “morite”. Delfina juega sola mientras yo soy espectadora. Toda
su actitud cambia: el tronco está más erguido, aumenta el tono de los brazos, me
mira de tanto en tanto mientras sonríe ampliamente en su juego como si en esa sonrisa
mostrara algo atesorado y valioso que la excita y la incita. La acción se
repite luego con otros muñecos, pero no hay argumento, narrativa, nombres,
roles, ni tampoco tiempos ni espacios. El placer parece
estar en el chocar (ambas manos se encuentran en la línea media) pero más aun
en liberar la voz como si ella y las palabras también se soltaran, aceleraran y
chocaran. Al terminar la sesión, la madre le pregunta cómo le fue y le
advierte: “espero que no hayas dicho malas palabras, ya dijimos que tenés que portarte
bien”.
Sé por los informes
anteriores que el juego no es nuevo y lo repetirá varias veces dejando ver la
forma de relacionarse con otros indicando que allí -en esa posibilidad, pero
también en esa pobreza lúdica y corporal- se expresa algo de un síntoma
psicomotor. En una ocasión, me
pide “otros muñecos”, yo le pregunto cuáles y ella, tomando la postura de quien
intenta pasar desapercibida, se lleva el dedo índice a los labios, me dice:
“shhh” y lenta y sigilosamente se dirige a otro consultorio a buscar una caja
con muñecos que está guardada en el placard. Al abrir la caja me dice en susurros:
“no le digas a nadie, después los dejamos otra vez acá”. Cuando volvemos, le pregunto por qué tanto
secreto y como toda respuesta hace un gesto pícaro de “yo no sé”.
Al preguntarle a una de mis compañeras por esta particular escena me cuenta que el año pasado -ante lo repetitivo del juego- habían decidido retirar esos muñecos del consultorio (unos Transformers de mayor tamaño) como modo de incentivarle a realizar otros juegos. Yo me pregunto ¿Será ésta “prohibición” una forma en que las terapeutas tratan de “insistir” en el tratamiento para que éste funcione? Esa forma de “insistir”: ¿se ubicará del lado de “dominar” al otro? Ligo esto con algo que la madre me había dicho en una conversación sobre este modo de jugar de Delfina: “yo ya no juego más con ella; está vieja”, aludiendo a que ella espera que ahora que Delfina esta más grande, haga otros juegos simbólicos (casas, construcciones, roles) o de reglas. Y que ese juego que Delfina muestra no es bienvenido.
De las significaciones del jugar
Bergés (1973) dice
que el síntoma psicomotor -a diferencia del motor- está hecho de diferentes
indoles, de palabras, de formas de nombrar, de ser y de hacer, incluyendo las
formas de mirar de la familia, del profesional y del equipo. Al síntoma
psicomotor hay que leerlo situado, entonces: ¿qué muestra transferencialmente Delfina
en ese juego fantasmático, sumamente repetitivo y empobrecido?[3] ¿Qué de su historia
corporal está condensado allí? ¿Cómo una niña que tiene lenguaje, que disfruta
de obras de teatro en la escuela, que juega a variados juegos de reglas y que aprende
con placer y sin dificultades a leer y a escribir, repite en el dispositivo
clínico este jugar simple, una y otra vez, sin que otro jugar simbólico emerja?
En la dinámica del cuidado del otro, este jugar: ¿admite ser transformado vía
supresión/represión/dominación? ¿Cuándo se volvió “viejo” (¿gastado?) ese
jugar? ¿Qué es lo que quedó desacompasado del tiempo/ritmo evolutivo?
Los objetos salen, se
pegan, colisionan, luego se separan. Hay mucha fuerza. El cambio en la actitud
postural incluye a la respiración, la salida del aire, la voz. No hay en el
juego una sintaxis enriquecida, ni corporal ni verbal (no hay casi oraciones),
pero la proyección de la voz hacia afuera oficia como una puntuación corporal y
esa es su sintaxis . Mi primera
lectura fue pensarla desde el lado “expresivo” (de la pulsión motriz en “más”,
de la soltura de una forma de agresión que luego dirigirá hacia mí), pero las
relaciones entre la voz y la postura planteadas en Postura y Comunicación
(1978) y la Diada no Existe (1999) me llevó a pensarlas desde el lugar
de la pulsión oral, la separación y de la tramitación de la separación,
ubicando a la voz como sucedánea del grito, entendiendo a éste como primer
señal de llamado y puerta hacia la comunicación con el otro.
La voz va hacia
afuera, se sale, se escapa. Es “imposible de conservar” (Bergés, p.59) y por
eso inaugura la ausencia pero, para entrar en comunicación -al igual que el
grito- tiene que ser escuchada y eso supone mirarla en el orden de la
receptividad del otro. Delfina pasa de una voz poco audible y suave a una dinámica
de con-frontación donde la voz se afirma en cada golpe/choque ¿intentando
separar? Afirmaría entonces que el juego es testimonio de las vicisitudes
tempranas de la comunicación pues, desde el punto de vista de la maduración,
estarían todas las funciones dadas y constituidas para la emergencia de otro
tipo de juego simbólico, pero la lectura clínica no es en este caso madurativa,
sino del orden de las comunicaciones tempranas en las estructuras ligadas al
eje tónico postural, en este caso la
voz.
Acá, hago un alto
para retomar la idea bergesiana de encontrar al niño allí donde su “postura está
interesada” (1999, p.8) en cuanto al armado visible del cuerpo, el tono y el
gesto, pero también de lo que ese juego porta desde la fantasmática
inconsciente. Algo similar plantea
Aucouturier (1998) denominándolo como “punto disposicional” del paciente. Aunque
siento que no hay un verdadero “entre dos”, Delfina me muestra que ese, allí
sentada, es “su” juego y que ella está ahí, implicada, en un “vivido permitido”
(González s/f) por/para mí, pues pasarán varias sesiones hasta que pueda
jerarquizar otra actividad lúdica. Y cuando digo “jerarquizar” me
refiero a que su elección actual tiene el valor de “arrastrar” a varios campos
del funcionamiento, especialmente el afectivo. Si alguien me preguntase: ¿A
Delfina se la podría encontrar en otro juego?, la respuesta sería que sí, pero
no sin antes “pasar por ese lugar”, por ese umbral donde ella está ubicada y se
le permite hablar de lo vivido y sabido .
Conociendo el síntoma
La voz no es la única
estructura implicada. Para la segunda sesión le pregunto si quiere salir afuera
a jugar (la institiución cuenta con un patio grande con varios
juegos) y me responde: “no, porque hace frío” (en ese momento hacen 25ºC).
Prefiere quedarse en la mesa, sentada, con los muñecos. Evita el movimiento. La
estimuladora visual dice, no sin razón, que tener a los objetos cerca, en el
campo visual, la ayuda a lograr el punto de bloqueo de la visión, mejorar la
fijación y la nitidez de la imagen. Pero, nuevamente, ni el nistagmo ni la
miopía parecerían ser razones orgánicas suficientes para justificar el
repliegue del movimiento. La evitación parecería ser parte de su presentación psicomotriz.
En las sesiones
siguientes, como aún son de actualización diagnóstica, decido explorar el
equilibrio. Llevo algunas consignas preparadas e intento darle un matiz lúdico.
Desde mi formación estoy habituada a usar balances y mirar el funcionamiento a
partir de pruebas más o menos estandarizadas que ahora uso en forma puntual. El
uso de técnicas me ha significado mucho trabajo de revisión de “los juegos de
verdad” (Foucault, 1984) que saturan a los tests como expresión refinada del
conocimiento científico, pues si algo está siempre presente en su construcción -y
en sus pretensiones- es el tema de la validez (de constructo, de contenido,
concurrente, cultural, etc.). No desconozco estas técnicas, y de hecho me
interesa conocer el idioma en qué hablan pero, lo aclaro, lo que no me interesa
es soñar[4]
en ese idioma por lo cual trato de identificar no solo sus posibilidades
sino sobre todo, sus limitaciones, su “ojo de cerradura” por el cual ven, pero sin
ver nada más de todo lo que está situado en un niño. Parafraseando a Wallon
(1984) en el test, la “medida” de lo que podremos conocer, no es el propio
niño, su presencia, sino lo que se puede desprender de un conjunto de niños de
una muestra equis, en una equis tiempo/espacio. Como dice Cullen (s/f), respecto
a que la relación con un otro no es del orden de una representación o una idea,
“lo mismo no es lo igual” (p. 1), pues lo mismo, como estándar, jamás podría
ser argumento para decir que, por ejemplo, equis conducta o manifestación es
igual en cada niño y mucho menos, que tienen la misma historia o el mismo
sentido[5].
Prosigo. En Delfina hay
dificultades en el equilibrio. En la marcha sobre una línea (un pie delante del
otro), aumenta y se difunde tono a los miembros superiores, aparecen muchos
movimientos laterales de tronco y abducción de brazos, intentando buscar
constantemente un punto de apoyo en muebles y pared. En el salto en un pie en
el lugar, necesita desplazarse por todo el espacio con torsiones del tronco.
Sin embargo, y para mi asombro, Delfina persiste y el salto mejora un
poco en el tercer intento y luego en un cuarto que realiza por iniciativa
propia.
Decido ir despacio.
El primer logro en el “amasado” del lugar (Marazzi, 2016) es pasar de juegos de
confrontación en la mesa, a juegos de confrontación en el espacio, conmigo, derivado
de la confrontación con los muñecos. Ella me persigue, yo la persigo, me mira y
la miro, me toca, la toco, se ríe. Inventamos espadas, no somos ningún
personaje (no emerge), pero marcamos su espacio, mi espacio, el límite, la
raya, mi lado de la mesa y el suyo, aunque luego corramos alrededor y por el
resto de la sala. Pongo cuidado en estos simbolismos. Se imanta, tomando
prestados mis gestos, cómo si mis gestos oficiaran de soporte de su hacer, como
si se trataran de una diálisis externa (Bergés,1999) ya no ubicada en los
primeros tiempos de la vida, pero que igualmente demandan y convocan a la receptividad
corporal. De tanto en tanto, me tira un objeto con más fuerza, también toma los
objetos que vía acuerdo, eran míos (los “roba”). Esto lo disfruta mucho al
mismo tiempo que niega haberlo hecho.
En estas dinámicas -ahora
más claramente transferenciales- aparece otro elemento
distintivo que es el de mandar-me, con tono a la vez provocativo y risueño:
“levántalo vos”, “buscalo”, “tráeme”, “atame los cordones” (estas órdenes me
las da casi siempre cuando está sentada). No confronto. Recuerdo las palabras
de mis compañeras durante los años anteriores y registro las palabras de la
madre ahora, diciéndome que no le hace caso y que ella es la que tiene que
estar en todo. Decido adoptar una postura más flexible y en ocasiones alcanzo
las cosas y en otras le digo: “bueno, ya aparecerá, mientras me arreglo con
esto” o le digo, inaugurando -con toda
calma- una regla: “mirá, la pelota está de tu lado, te toca a vos lanzarme, te
espero”. Otras veces le digo que “no veo” los objetos, y le pido que me oriente
a ver si los hallo como si se tratara de una “gallinita ciega”. En varias
ocasiones, cede la confrontación.
¿Envoltura y
separación corporal?
Durante el invierno
la institución adquiere
una “cama elástica”. Vamos al patio para verla pero justo la está usando otro
niño. Percibo el miedo en el rostro pero también el interés (sé que ha
intentado subirse antes pero no lo ha podido sostener bajándose enseguida). Volvemos
al consultorio y en un determinado momento lanzo un “oh, oh” y le digo: “me
parece que la cama quedó libre”. Me mira con atención:“¿cómo sabés?” Le
respondo que es la intuición, pero que, para estar seguras, tenemos que ir a mirar.
La invito a subirse y acepta. Quiere entrar sola. Comienza a saltar, al
principio suavemente y luego más fuerte. Cuenta cada salto y ríe a carcajadas.
Yo también me rio y le pregunto: “¿se podrá saltar de otras formas?” Prueba. Me
dice fuerte: “Calorina mirá” (empieza a cambiar de posición las piernas para
caer de cola y luego recuperar la vertical). Luego, ve unas pelotas en un
canasto y me dice que juguemos así, ella en la cama y yo afuera a ver quién
mancha a quien, por turnos. Me pide que me aleje para hacer los tiros. No hay
rastros del nistagmo o al menos, no los distingo. Permanece muy conectada, me
mira, se ríe, proyecta la voz. Emociona su alegría. Se
acerca la otra terapeuta (pues comienza su
hora de sesión) y continúan jugando en la cama. Ella le propone quitarse los
lentes. Yo me voy a atender a otro niño y al llegar al consultorio, desde la
ventana, observo que la madre (a quien Delfina había ido a buscar para que la
vea saltar) llega al patio y le dice molesta: “¿por qué te sacaste los lentes?”
La técnica le explica lo que pasó, Delfina sube a la cama y muestra su salto.
Su madre la mira seriamente y le dice: “ahh”.
Pienso
ahora en el término “cama elástica” y en toda su estructura favorecedora de
sensibilidad propioceptiva y vestibular: la malla elástica sostiene y propulsa,
recibe y proyecta, ni muy floja ni muy tensa, rodeada de una armazón de partes
rígidas y otras flexibles y porosas que la protegen pero al mismo tiempo la
conectan con el exterior. Percibo que todo el
eje-con sus posibilidades de integración- entra en relación conmigo de un modo diferente , con otra sintaxis, en otro texto, y a partir de allí,
aparece la proyección en el espacio-tiempo, en el lanzar. Y luego: el llamado a
la madre (otro lanzamiento). Y tras el llamado: ¿qué? (¿cómo nominarlo?) La madre no
lo pudo receptar ni parece estar “desbordada” por esta inédita producción corporal
de Delfina. El gesto, la
experiencia de Delfina, queda sin lectura transitiva de la madre y queda sin
atribución de lo que Delfina sabe/puede: “no me di cuenta que fuera importante”
me dice cuando conversamos. “Lo que pasa es que ella me llama para todo, es
hartante”.
Antes planteaba que
la voz no era el único elemento ligado a la función del eje que me resultaba
interesante de analizar sino, además, las vinculaciones
del oído interno (ubicado en el eje) con el equilibrio. El control de los
movimientos oculares (también ubicados en el eje) depende, en parte, del laberinto, al percibir
éste los movimientos y la posición de la cabeza. En el nistagmo lo que se
produciría es un fallo en el control cerebral de estas estructuras que afectaría
al tono de los músculos oculares.
Delfina tiene un
nistagmo pero no tiene un problema limitante en el equilibrio ni una im-posibilidad
de regular el tono ocular sino, no se explicaría que el equilibrio mejorase. Lo
que parece haber es temor al desequilibrio y poca experiencia corporal que haya
llevado a la función -vía funcionamiento- al máximo de sus posibilidades y de
sus desbordamientos otorgándoles crédito como plantea Bergés (1999). Es decir,
crédito al ser-estar de Delfina desde el lugar materno o paterno. Entonces
¿Qué es lo que se “agita” o “tiembla” en esta historia además del nistagmo? O a
la inversa: ¿qué es lo que se intenta aquietar/dominar en esta historia a
partir de la presencia del nistagmo?
Si la hipótesis
materna es que el nistagmo se produce por un maltrato: ¿cuánto se permitieron en
los primeros encuentros vivir el cuerpo en forma lúdica a riesgo de acentuar el
nistagmo (balancear, girar, rolar, etc.). ¿Cómo respondió el eje del cuerpo en
ambos? ¿Qué comunicación tónica y que coordinaciones pósturo-motrices se armaron
-o no se armaron- tempranamente? ¿Cómo se instaló la atribución de algunas
acciones de Delfina como “hartantes”?, ¿es el hartazgo una “inspiración”?[6] ¿Cuánta fuerza/oposición
se necesita para separar-se del cuerpo del otro?
Derivas
A partir de la conquista
de la cama elástica Delfina comienza a usar otros materiales del patio -también
resistidos antes- como las hamacas, hasta llegar a balancearse de pie. Además,
continúa perfeccionando los saltos y paulatinamente comienza a interesarse por
jugar a la pelota pues varias de sus compañeras de clase juegan al fútbol.
Aprende en un par de sesiones a atarse los cordones. Se enriquece -discretamente-
el simbolismo del juego ficcional. Asimismo, las vicisitudes del “poder”
continúan: cambia las reglas, dice que la pelota no entró porque el arco ya no
estaba allí “donde antes estaba”. Necesita ganar. Le digo que tengo dudas y
pido un tercero: el VAR. Hacemos que miramos las escenas detenidamente. Cambia
de postura, me dice que mi gol entró, más luego retoman algunas trampas
mientras se ríe.
En la última sesión del año le pregunto a
qué quiere jugar y le recuerdo todo lo que hemos hecho en el año. Yo tengo mis
expectativas acerca de qué elegirá: si quedarse en la mesa o salir: ¿fijación
y/o transformación; control y/o movimiento?(la atribución es mía!). Para mi
alivio, elige jugar a la pelota haciendo pasaditas de arco a arco. Me
dice que el año que viene va a ir a una escuelita de fútbol donde van sus
compañeras (es la primera vez que la escucho proyectar un deseo propio a
futuro). Cuando tira se sorprende y me sorprendo porque logra patear de tal forma
que la pelota, en vez de correr sobre el suelo (en un solo movimiento), se proyecta
-se despega- en el espacio realizando una parábola (lo cual supone la
simultaneidad de dos movimientos). Comienza a dormir en su cama (otro
movimiento) y la madre dice que volvió a jugar con ella a los muñequitos pero
que Delfina siempre le quiere ganar.
Pese a estos logros, temo
a la deriva de las últimas dos enunciaciones porque las resistencias a hablar
sobre lo que sucede a nivel familiar siguen siendo altas: la madre rechazó
todas las veces el ofrecimiento de retomar terapia y las llegadas tardes se
reiteraron aunque afirmaban que les interesaba seguir viniendo. El padre, pese
a mis llamados, nunca vino.
Con ninguna de las dos
terapeutas hubo demanda legitima, ni conexión sólida y de algún modo, el
trabajo terapéutico quedó a “medio hacer y medio decir” no sin que esto
produzca efectos, pues el lenguaje no es exclusivamente palabra enunciada, sino
también silencios y sintaxis corporal, que se expresan en el campo tónico
postural del niño y también de su madre[7].
Nuevamente afirmo y confirmo que el dispositivo
terapéutico no es lineal, ni progresivo ni acumulativo y mucho menos puede controlarse
ni implantarse[8]
vía escritura de objetivos terapeúticos por muy auténticos e integrales que
estos sean.
Mi única certeza es que -como
terapeuta de una terapia de mediación corporal- yo sentí que dejarla jugar a
Delfina, allí donde está y donde dice -posición desde la cual se la
ha des-acreditado - era y es un acto de escucha pero también un acto de
liberación en el cuidado ético del otro (Cullen, s/f) puesto que jugar a ese
juego – o en otras palabras, hacerle lugar al cuerpo (González, s/f,) con su
padecimiento, deseo y el goce- no es lo que se esperaba de Delfina, pero
tampoco, posiblemente, era lo que Delfina esperaba de mí.
Referencias bibliográficas:
Aucouturier, B. (1998). Seminario con Bernard
Aucouturier. Cuaderno 1. Fundación FUNDARI
Bergés, J. (1973). Algunos temas de investigación en
psicomotricidad. En Cuadernos de terapia psicomotriz. N°1. Sociedad
Internacional de Terapia Psicomotriz.
Bergés, J. (1978). Postura y comunicación.
Trabajo presentado en las Jornadas de Trabajo de A.R.P.L.O.
Bergés, J. (1996). Las terapias psicomotrices y las
psicoterapias (de mediación) corporal.
Bergés, J. (1999). La diada no existe. En
Jornadas por los 20 años de la Asociación Argentina de Psicomotricidad.
Cullen, C. (s/f). El cuidado del otro.
Foucault, M. (1984). La ética del cuidado del otro
como práctica de la libertad.
García Fanlo, L. (2011). ¿Qué es un dispositivo? Foucault, Deleuze y Agamben, A
Parte rei, Revista de Filosofía. 74. 1-8.
González, L. (2009). Pensar lo psicomotor. La
constructividad corporal y otros textos. Eduntref.
González, L. (s/f). Jugar enciende el cuerpo y
tienta la luz que hay en él.
Marazzi, M. (2016). El
despliegue del jugar en la práctica psicomotriz. La intervención psicomotriz en
las formas del jugar y del no jugar. En Alvarado, M. (comp.) Jugar en
psicomotricidad. Estudios, análisis, reflexión y práctica. Revista de
psicomotricidad.
Wallon, H. (1984). La
evolución psicológica del niño. Ed. Crítica. Grupo Ed. Grijalbo.
[1] Es a partir de la identificación
y evaluación del nistagmo que se llega al diagnóstico de la retinitis.
[2] Foucault establece una
distinción conceptual entre poder y dominación. En las relaciones de poder
(donde se incide en las acciones de los otros) existe la libertad del sujeto
(para oponerse, para resistir, etc.). En cambio, en las relaciones de
dominación, lo que se establece es la pérdida de la libertad del sujeto sobre
su propia acción. Para el autor, la libertad es entendida como condición
ontológica de la ética, pues la ética procura el desarrollo de “prácticas de
sí” que permitan el dominio del sujeto sobre sí mismo y sus propios valores (no
los valores del otro, no los del terapeuta). “¿Que es la ética sino la práctica
de la libertad?” (p.260)
[3] Uso el termino
fantasmático para distinguirlo del “simbólico”. Con esto, pretendo decir que el
juego condensa y expresa las relaciones tempranas de Delfina con sus referentes
y que por la cualidad repetitiva del mismo, está más cercano al goce
sintomático que al placer de la interacción y de la creación.
[4] Por “soñar” me refiero
a haber incorporado el lenguaje de la psicometría y la estadística como
ordenador “natural” y al mismo tiempo “idealizado” del pensamiento.
[5] El conocimiento “basado en evidencia” -tan en boga hoy día- puede traer peligros desubjetivantes cuando solo se piensa al otro desde la representación y no desde la postura ética de hacer lugar a la alteridad. Ejemplo de esto es la proliferación de diagnósticos “psi”, basados únicamente en la aplicación de instrumentos estandarizados, los cuales, muchas veces ni siquiera están validados a la población local.
[6] Término utilizado por
L. González en Jugar envuelve el cuerpo y tienta la luz que hay en él,
para referirse a lo que el cuerpo del niño (su postura, su movimiento) provoca
en la madre y lo que ésta interpreta, introduciendo en ello el lenguaje.
[7] En la entrevista de
cierre la madre dice que, cuando Delfina presenta los movimientos
compensatorios de la cabeza, siente que “no la ve”, “que no la mira a los
ojos”. Curioso resulta pensar que mientras la madre no se siente mirada por
Delfina, Delfina no se siente reconocida por su madre e insiste en llamarla
para que la vea.
[8] Aquí tomo el término “implantar”
(poner en práctica algo nuevo) como opuesto a “derivar”, en el cual un hecho
proviene o ser origina en otra cosa pero sin que esto pueda ser completamente
previsto.
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