Existir un cuerpo - Lic. Leticia González

El siguiente articulo pertenece a la Lic. Leticia González*, docente de la cátedra "Temas de investigación en la práctica clínica psicomotriz: Aportes de Jean Bergès" de la Especialización en la Práctica Psicomotriz en Salud de la Untref.

 *Lic. en Ciencias de la Educación, Univ. Nac. de Río Cuarto. Psicomotricista idónea. Miembro honorario de la AAP. Ha formado parte de numerosos equipos interdisciplinarios y ha sido organizadora y coordinadora del equipo de psicomotricidad en el Servicio de Pediatría del Hospital de Agudos Tornú. Se ha dedicado especialmente a la investigación de la clínica psicomotriz y a la formación de profesionales en relajación. Ha coordinado la Licenciatura en Psicomotricidad en la Untref (2000-2020). Actualmente se desempeña como docente e investigadora de la licenciatura en psicomotricidad y dirige el Programa de posgrado interdiscursivo sobre/en exploraciones del cuerpo. Perspectiva psicomotriz. Autora de “Pensar lo psicomotor” y de numerosas publicaciones y artículos.


Existir un cuerpo[1].

        Leticia González 

                                                                                 a Moira González Cormick

 

 

Oh cuerpo mío, haz siempre de mí

un cuerpo que interrogue

Aimé Cesaire

 

   

 

 

¿Qué preguntas abren las problemáticas de género a la psicomotricidad?,

¿Qué preguntas abren las problemáticas de la salud mental a la psicomotricidad?

¿Qué significa, en nuestra práctica, atender al cuerpo, al lenguaje en tanto atravesados por marcas culturales asociadas al género?

¿Qué reflexión demanda a nuestra práctica y a cada uno de nosotros, reconocer que las figuras de la salud mental están atravesadas por marcas culturales?

¿Será que los efectos de nuestras prácticas de formación, nuestras intervenciones en la comunidad posibilitan escuchar y pensar sobre lo que del cuerpo se dice?

 ¿Lo que del cuerpo…la locura y el lugar de una mujer se dice, y en función de ese decir/ pensar se hace?

 

Existir un cuerpo, vivir un cuerpo y hablar desde ese lugar es el devenir de este escrito.

Mi práctica cotidiana -como la mayoría de ustedes lo conoce- es el psicoanálisis y la psicomotricidad: formar psicomotricistas; jugar con niños que padecen diversos signos de interferencias en la relación de su cuerpo con los lenguajes; asistir la incomodidad de los bebés y sus familias; interrogar con métodos de relajación cómo es posible, a través de la escucha del cuerpo, crear nuevas relaciones con uno mismo, las emociones y, consecuentemente con la realidad.

Son prácticas heterogéneas, cuya acción y efectos se observan y estudian de vez en vez, en una temporalidad próxima al suceder de los cuerpos y sus relaciones.

¿Qué me enseñan los cuerpos y los lenguajes de los bebés, niñas, niños, adultas, adultos, y estudiantes con los que estoy trabajando? ¿Cuál es la función del pensamiento y la escritura que es oportuna sostener en mi trabajo diario?

 

Recalo por fuerza de lo insondable en lecturas de psicoanálisis, filosofía, poesía y literatura que me producen gran inquietud y placer. Escribir me atrae, como nadar. La misma soledad en la respiración, una suerte de trance, vestigios, empujes que responden a ritmos de otros mundos.

 

Correr riesgos, poner en evidencia los límites del saber, interrogarme por las relaciones y la experiencia del cuerpo vivo, que desde tiempos inmemorables está cautivo en las relaciones de poder y dominio, inscriptas en cada época a través del sistema de creencias, del saber y los usos que se hace de los procedimientos de las ciencias.

Observar e investigar es la imagen y el camino de la potencia de cada práctica; y la potencia -como bien sabemos quienes trabajamos con el cuerpo y lo pensamos- no es algo que se puede poseer, sino que al igual que el juego, la relajación  y  el habla solo se la puede habitar en las relaciones y en el territorio en la cual se hace la experiencia.[2]

¿Cómo describir estas experiencias de construcción del cuerpo y los lenguajes que se despliegan en el territorio de las relaciones humanas, la naturaleza y en el lugar mismo del cuerpo y los lenguajes?

Las llamo actos de transmisión. Son verdaderos actos de amor. Sucesos de lo cotidiano, que dan existencia a los lazos entre los cuerpos y los lenguajes, derivando la pulsión, el campo tónico postural las imágenes y las palabras. Nuestra respiración, hambre, sueño, frío, calor, dolor, tensión, distensión, nuestras miradas, gestos, posturas, nuestras sensaciones de gusto y disgusto. Sensibilidades y sensorialidades, nuestra vida erótica. nuestras sexualidades y deseo, no son medios para la experiencia, son las experiencias mismas de nuestro cuerpo con las que se hace el armado del lazo al mundo, a otros y a nuestra propia vivencia corporal y lingüística.[3]

Nuestros cuerpos/lenguajes no son cualidades ni atributos, es lo que constituye a nuestros procesos de subjetivación. La posibilidad de tener un cuerpo vivo y hablar desde nuestro propio lugar, remite a sucesivas afectaciones y ligazones del equipamiento biológico a los diferentes lenguajes de lo viviente. Su realización se hace presente en el origen mismo de la vida, por continuos actos de transferencia, de transmisión de un otro.

Cuando digo actos de transferencia, actos de transmisión, me refiero a las escenas donde con el cuerpo se construye un lazo con otro/Otro –una alteridad-constitutiva, a su vez, del sí mismo.

Lo vemos, por ejemplo, en aquellas modalidades de crianza en las que cuando se da de comer al bebé, se considera el hambre que tiene o no tiene, haciéndole notar al bebé –al poner atención en su apetito– cómo se construyen las relaciones entre el alimento y el apetito de su cuerpo. Se produce así un saber sobre el propio cuerpo en relación con los diferentes elementos que componen la escena de la alimentación, a la vez que con ese otro, que forma parte de la relación. Me refiero, entonces, a las experiencias que el bebé va estableciendo diariamente, esas coreografías de las vidas cotidianas...en tanto están sostenidas, presentadas y acompañadas en el lugar mismo del cuerpo y en su dimensión sensible y parlante.

Retomo unas hermosas palabras de Julián de Ajuriaguerra: “Nuestro cuerpo no es nada sin el cuerpo del otro, cómplice de su existencia. Es con el otro que se construye en la intimidad de los sistemas que le son ofrecidos por la naturaleza, en la intimidad de ese espejo reflectante que es otro y que hace de nosotros un ser singular”.[4]

Esta construcción se desarrolla a través del lugar que poseemos o no en la sociedad, en nuestra familia, y particularmente de los flujos deseantes  y de los decires y saberes que pulsan en lo íntimo de nuestras relaciones y experiencias, que a su vez están conformadas por los discursos de la época y la cultura que definen los actos de los lenguajes y del cuerpo.

De este modo, nuestros cuerpos y nuestros lenguajes, en tanto se construyen, no asumen solamente un carácter expresivo, sino al mismo tiempo receptivo de aquellas relaciones y experiencias que marcan nuestra existencia, trazan nuestro deseo y, más aún, cierto saber sobre las vivencias y los lenguajes con los que gestionamos en el mundo.

Nuestros cuerpos/lenguajes pertenecen a la creación relacional, a la experiencia de lo íntimo que -al decir de Najmanovich- “brota de la confianza espontanea […] que se produce a partir de la propia potencia en el encuentro con lo que es afín, que no espera nada, una intimidad del nosotros, que no es suma sino sinergia, potencia mutua”.

En nuestros cuerpos/lenguajes habitan intimidades matices, propiedades, que se derivan del origen, de la historia, de la geografía, de los saberes familiares y sociales transmitidos y receptados que fundamentan nuestra singularidad.

Cosmovisiones surcadas por el inconsciente.

Es nuestra manera de hacer con la vida, con la sexualidad, el amor, la enfermedad, la muerte, la violencia y las creencias. Nuestros lenguajes/cuerpos son dones, hacen presentes una y otra vez el nacimiento y el renacimiento de un territorio, una alteridad, una identidad y nuestro deseo. Como afirma Suely Rolnik, “el cuerpo es fecundado por el ambiente [...] y se anuda en la garganta……reverberaciones…[...] la alteridad no está fuera sino que compone nuestro cuerpo en su efecto”.[5]

 

Nombrar Cuerpos/lenguaje y Lenguajes/cuerpos, es un intento sencillo, -pero no por ello menos valioso- de sobreponer el pensar dualista, a partir de la lectura de Spinozza: “cuerpo y alma no están pues unidos de manera alguna, ni son paralelos, caso en el cual se estaría restableciendo el dualismo, sino más bien son una sola cosa y la misma cosa……designan una entidad que se expresa de dos maneras” (D.Tatian, en Spinozza disidente)

 

Desde muy joven vivo en la ciudad de Buenos Aires. Soy cordobesa por adopción, fui una militante política, detenida en los años 70. Con un persistente interés por la observación y la escucha del malestar y el dolor humano. Elegí el estudio como modo de disciplinar esos silencios, en él encontré un ritmo que instaló orden en el mundo.  

Me sorprende a la vez que me produce una extraña felicidad haber desarrollado la vida en tiempos y lugares diferentes. Desprender. Perder. Olvidar. Construir. Inventar nuevos mundos, otras palabras y otros cuerpos para la misma alma, la misma somática. Imaginarme de otra manera. Arribar a otros puntos de vista.

Allí y entonces, el cuerpo, mi cuerpo “una vez más -no medio o instrumento- sino esa relación dinámica, marcada ya, de mil historias y potenciales con el espacio, la duración, el contexto y…. un estar juntos en instantes”[6]

 

Sera entonces que un estudio, una práctica, un pensar el bios, de una práctica, y de un pensar lo que se pone en juego en una práctica, ¿las personas, los lugares, interrogantes y decisiones pueden constituirse en un elemento genuinamente político?

Nuestras asfixias, mis asfixias, aquello que es necesario que empecemos a nombrar a decir y escribir. Imaginarnos un mundo más respirable.  

 

“El lenguaje es una gran memoria colectiva y el campo donde se almacena el saber de la especie”.[7] La escritura, -pienso- las conversaciones, los encuentros son medios por los cuales, a través del uso de nuestra propia voz formamos parte de esa memoria, transformándola, transformándonos, aventurándonos a lo desconocido, a equivocar el decir de la época y construir relatos próximos a nuestra existencia.

Desde este punto de vista, vivir un cuerpo, existir un cuerpo y hablar desde nuestro propio lugar no remite a una interioridad aislada, de orden intelectual u orgánica, sino atravesada por un orden familiar, social y político que prescribe los destinos de nuestras experiencias y pensamientos.

Subrayo con estas palabras “la encarnadura de lo personal en lo sociopolítico y de lo sociopolítico en lo personal”.[8]

Lo más propio y lo profundamente compartido. Una singularidad entramada con el mundo: la presencia viva del mundo resuena, hace vibrar mi cuerpo/lenguaje; afecta, y en cada resonancia de esa afectación se transforma en potencia de relación y acción. Pulsa mi vida, esos efectos del mundo en mi cuerpo/lenguaje transforman mis palabras, y mis gestos, mis modos, pequeños recortes de espacio y tiempo que se instalan en un devenir.

 

Hace un tiempo atrás leí la conferencia de Ronald Barthes, El placer del texto,[9] me conmovió de tal manera que siempre la recuerdo. Al leerla me encontré con el valor del tiempo dedicado a la lectura y la escritura: “cambiar la lengua/cambiar el mundo”.[10] Barthes hace una lúcida reflexión sobre el complejo problema del lenguaje en la cultura y sus efectos, que me resultaron muy interesantes para poder pensar nuestra posición en las prácticas y nuestro pensar cotidiano:

Sin duda, enseñar, hablar simplemente, fuera de toda sanción institucional no es una actividad que se encuentre por derecho pura de todo poder[11] (la Libido dominandi) está allí agazapado en todo discurso que se sostenga así fuere a partir de un lugar fuera de poder [...]. Aquel objeto en que se inscribe el poder desde toda la eternidad humana es el lenguaje o, para ser más precisos, su expresión obligada: la lengua. El lenguaje es una legislación, la lengua es su código. No vemos el poder que hay en la lengua porque olvidamos que toda lengua es una clasificación y que toda clasificación es opresiva [...], un idioma se define menos por lo que permite decir que por lo que obliga a decir.[12]

Esta manera de observar y pensar las relaciones de poder que se anidan en nuestros cuerpos/lenguajes nos permite situar e interrogar sus efectos en las relaciones que se juegan en la consulta clínica, en las prácticas comunitarias, de educación y en los procesos de enseñanza-aprendizaje.

 ¿Cómo orientar mi formación y el trabajo de enseñanza/transmisión que realizo en los contextos universitarios y no universitarios en los cuales estoy trabajando?

¿Será que Barthes nos ofrece algunas pistas?

¿Es posible inter-ponerse con la voz propia a la sobreimpresión de la voz dominadora e implacable testaruda de la estructura, o sea, “de la especie en tanto habla”, como lo dice Barthes?

¿Cómo des- hacer   y hacer nuestros cuerpos/lenguajes?

¿Es posible que valorando la experiencia de cada cuerpo demos lugar a un hacer y decir que arma un texto donde las sensibilidades, el dolor, el placer le hagan trampas a la lengua?[13]

¿Es nuestra tarea recuperar “lo que un cuerpo le hace al lenguaje”? ¿hacer visible cómo el ritmo de lo viviente asentado en los hábitos, los afectos el deseo funciona en la doble unidad de pensamiento/cuerpo?

¿Cómo hacernos un cuerpo/lenguaje? Para que nuestra piel, nuestra respiración un cierto tono muscular, nuestros gestos, una postura pueda entrar en frecuencia con otros, desear e inventar nuevos modos de encuentros, de vida y de saberes del cuerpo compartidos.

 

Pienso que la experiencia misma del cuerpo/lenguaje: jugar, bailar, cantar, relajarse, moverse, pintar, leer, escribir, pensar, tocarnos, posibilita, a través de la puesta en juego de las afectaciones que allí se suceden, nuevas marcas donde las vivencias de los cuerpos/lenguajes hacen diferencias en el vivir. Y provocan desde las experiencias del cuerpo/lenguaje en la voz de cada uno de nosotros, las rupturas oportunas con lo que ya está pensado. E iniciar otras conversaciones, otros diálogos donde la memoria de lo que es no posible -que siga sucediendo- sea el artífice de un nuevo comienzo.

Prometedores recorridos para nuestro deseo, nuevos desplazamientos que nos permitan desarrollar diferencias en nuestra potencia de obrar y pensar.

Diríamos, entonces que la ética de una vida, la ética de una práctica, de un pensamiento consiste en habitar cada vez más nuestra condición de viviente. Nuestros flujos deseantes puestos a jugar en lo cotidiano de nuestras prácticas/pensamientos.

¿Es este uno de los caminos posibles a trabajar y sostener con nuestras practica /pensamiento para que las problemáticas de género y de la locura sean repensadas?

Consideremos una y otra vez la amplitud y complejidad de lo que está en causa en dichas problemáticas, los estatutos reales, imaginario y simbólico de cada cultura y de cada grupo humano

Reflexionemos sobre lo que está próximo en nuestras prácticas -por ejemplo- sobre la manera de pensar y de tratar a los cuerpos/lenguajes en los procesos de enseñanza/aprendizaje y en las actividades asistenciales que son unos de los territorios cotidianos donde se precipitan los abusos del poder entramado al saber y la verdad.

Propongo, por un lado, prestar atención a nuestros gestos y a sobre nuestro modo de estar en el mundo: no saltearnos a nosotros mismos en nuestro punto de vista y, por otro lado, desarrollar nuestra práctica clínica, educativa, comunitaria y de enseñanza partiendo de una reflexión cuidadosa sobre el uso y la dirección de la palabra.

Gilles Deleuze ubica la cuestión con claridad: el problema es el de “saber ignorar”, construido por los discursos dedicados a ponderar “los templos y ritos de la universalidad del saber […] el drama intelectual de la época […] es el de una incomunicación. El conocimiento no comunica con existencias se desconecta….[] de  las potencias de las relaciones y el devenir del cuerpo vivo”.[14]

Se trata de darle importancia a los encuentros.  A los espacios y modalidades de nuestras relaciones con otros, reconocer obstáculos y potencias, particularmente escuchar, –dejarse decir-  volver sensible la resonancia de los gestos.

Ya que “hablando y viviendo encontramos variaciones, curvas, e intensidades. Y ritmos, y tonos y modos. Problemas, silencios y dudas. Infinidad de saberes”[15] heterogéneos que se ponen a jugar en los cuerpos/lenguajes creando nuevas semióticas y otras formas de transmisión.

Sería, reinventar nuestras prácticas en su continuidad y discontinuidad. Localizar las impresiones y afectaciones que nos producen las relaciones que establecemos en ella, nuestros modos de hacer y de nombrar, nuestros modos de usar nuestros cuerpos/lenguajes.

Demos paso a   que los usos de los cuerpos/lenguajes nos enseñen sus significados y sus saberes.

Pensémonos con otros, interrogando nuestros hábitos en los cuales el saber del cuerpo y  de los discursos disciplinares se producen de un modo disociado y prescriptivo.

Agudicemos nuestra observación, a través de la escucha sensible a nuestros cuerpos/lenguajes para que los automatismos e ideales que los discursos disciplinares transfieren a nuestras prácticas cotidianas puedan ser de-construidas y transformadas en experiencias singulares, deseantes que se ponen en juego con su propio ritmo en el caso a caso y en el paso a paso.

Dejemos, como dice Marie Bardet (2021), que las imágenes, palabras y gestos de lo que llamamos pensar se dejen perturbar, alterar, tocar desplazar. Habitemos los problemas y las tensiones situadas en las relaciones hasta hallar un camino. Y cada vez que un “no saber” se nos despierta, no salgamos a la gran conquista de lo desconocido, permanezcamos en nuestro lugar, situémonos desorientados… atentas a nuestros “temblores“insomnios” que no son más que una reverberación de lo naturalizado y lo estabilizado.

                                                                                       Buenos Aires Mayo del 2023

 



[1] Conferencia de apertura del 1° Encuentro de Psicomotricistas del Sur en el marco del 3° Congreso Nacional de la Facultad de Psicología (FaPsi) de la Universidad Nacional de San Luis (UNSL).

[2] “Hacer una experiencia significa alcanzar algo haciendo un camino. Hacer una experiencia con algo significa que aquello mismo hacia donde llegamos caminando para alcanzarlo, nos demanda, nos toca y nos requiere en tanto que nos transforma hacia sí mismo”, Martin Heidegger, De camino al habla. Traducción de Ives Zimmmerman, Barcelona, Odos, 1987, p. 159.

[3] Aludo con la palabra “vivencia” a una experiencia que, al ser reconocida por una descripción o relato que forma parte de la vida del autor, pone en vaivén tanto a los códigos corporales como del lenguaje.

[4] Julián de Ajuriaguerra, “Ontogénesis de las posturas el yo y el otro”, en Cuerpo y comunicación, Madrid, Editorial Pirámide, 1982. Por su parte, la mirada de Deleuze sobre el cuerpo y sus relaciones resultan muy interesantes y amplían la perspectiva de nuestra reflexión: “Para cada existencia (individual o colectiva) solo hay problemas de su cuerpo en relación con los otros, cosas o personas de cómo estas relaciones concretas se componen de tal modo que angostan o ensanchan su existencia. Y esto va tanto para un colectivo que organiza y protege relaciones comunitarias, como para el capitalismo que habita concretamente nuestra vida. Nadie encuentra nada diciendo ‘soy anticapitalista’ o ‘soy explotado’. En la totalidad no hay nadie”. Gilles Deleuze, En medio de Spinoza, Buenos Aires, Cactus, 2019.

[5] “Decolonizar el inconsciente Una conversación con Suely Rolnik sobre micropolítica” está disponible en Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=K0L6-mSVNuI.

[6] Bardet, M. (2021) Perder la cara. Buenos Aires, Argentina: Ed. Cactus.

[7] Alfredo Jerusalinsky, Seminario “Organismo, cuerpo, sujeto, tres instancias inseparables para el psicodiagnóstico. Clasificar o entender, esa es la pregunta”, 24 de agosto de 2016. Lic. en Psicomotricidad UNTREF.

[8] Gregorio Kaminsky, Baruch Spinoza, La política de las pasiones. Tesis doctoral. Universidad de Buenos Aires, 1988

[9] Roland Barthes, El placer del Texto y Lección Inaugural de la cátedra de Semiología literaria del Collège de France, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, p.111

[10] Al decir de Mallarme: Cambiar la lengua/cambiar el mundo. Roland Barthes, íbid.

[11] “Adivinamos entonces que el poder está presente en los más finos mecanismos del intercambio social: no solo en el estado, las clases, los grupos, sino también en las modas, las opiniones corrientes, los espectáculos, los juegos, los deportes, las informaciones, las relaciones familiares y privadas, y hasta en los accesos liberadores que tratan de impugnarlo: llamo discurso de poder a todo discurso que engendra la falta, y por ende la culpabilidad del que lo recibe”. Roland Barthes, íbid.

[12] Roland Barthes, íbid.

[13] “[e]l texto es el afloramiento mismo de la lengua, y que es dentro de la lengua donde la lengua debe ser combatida, descarriada no por el mensaje del cual es instrumento sino por el juego de las palabras cuyo teatro constituye”, Roland Barthes, íbid.

[14] Gilles Deleuze, En medio de Spinoza, Buenos Aires, Cactus 2019, p.14.

[15] Gilles Deleuze, Íbid.

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