Existir un cuerpo - Lic. Leticia González
El siguiente articulo pertenece a la Lic. Leticia González*, docente de la cátedra "Temas de investigación en la práctica clínica psicomotriz: Aportes de Jean Bergès" de la Especialización en la Práctica Psicomotriz en Salud de la Untref.
Existir un cuerpo[1].
Leticia González
a Moira González Cormick
Oh
cuerpo mío, haz siempre de mí
un
cuerpo que interrogue
Aimé Cesaire
¿Qué preguntas abren las problemáticas
de género a la psicomotricidad?,
¿Qué preguntas abren las problemáticas
de la salud mental a la psicomotricidad?
¿Qué significa, en nuestra práctica,
atender al cuerpo, al lenguaje en tanto atravesados por marcas culturales
asociadas al género?
¿Qué reflexión demanda a nuestra práctica
y a cada uno de nosotros, reconocer que las figuras de la salud mental están
atravesadas por marcas culturales?
¿Será que los efectos de nuestras
prácticas de formación, nuestras intervenciones en la comunidad posibilitan
escuchar y pensar sobre lo que del cuerpo se dice?
¿Lo que del cuerpo…la locura y el lugar de una
mujer se dice, y en función de ese decir/ pensar se hace?
Existir un cuerpo, vivir un
cuerpo y hablar desde ese lugar es el devenir de este escrito.
Mi práctica cotidiana -como la mayoría de ustedes lo conoce- es
el psicoanálisis y la psicomotricidad: formar psicomotricistas; jugar con niños
que padecen diversos signos de interferencias en la relación de su cuerpo con
los lenguajes; asistir la incomodidad de los bebés y sus familias; interrogar
con métodos de relajación cómo es posible, a través de la escucha del cuerpo,
crear nuevas relaciones con uno mismo, las emociones y, consecuentemente con la
realidad.
Son prácticas heterogéneas, cuya acción y efectos se observan
y estudian de vez en vez, en una temporalidad próxima al suceder de los cuerpos
y sus relaciones.
¿Qué me enseñan los cuerpos y los lenguajes de los bebés,
niñas, niños, adultas, adultos, y estudiantes con los que estoy trabajando?
¿Cuál es la función del pensamiento y la escritura que es oportuna sostener en
mi trabajo diario?
Recalo por fuerza de lo
insondable en lecturas de psicoanálisis, filosofía, poesía y literatura que me
producen gran inquietud y placer. Escribir me atrae, como nadar. La misma
soledad en la respiración, una suerte de trance, vestigios, empujes que
responden a ritmos de otros mundos.
Correr riesgos, poner en evidencia los límites del saber,
interrogarme por las relaciones y la experiencia del cuerpo vivo, que desde
tiempos inmemorables está cautivo en las relaciones de poder y dominio, inscriptas
en cada época a través del sistema de creencias, del saber y los usos que se
hace de los procedimientos de las ciencias.
Observar e investigar es la imagen y el camino de la potencia
de cada práctica; y la potencia -como bien sabemos quienes trabajamos con el
cuerpo y lo pensamos- no es algo que se puede poseer, sino que al igual que el
juego, la relajación y el habla solo se la puede habitar en las
relaciones y en el territorio en la cual se hace la experiencia.[2]
¿Cómo describir estas experiencias de construcción del cuerpo
y los lenguajes que se despliegan en el territorio de las relaciones humanas,
la naturaleza y en el lugar mismo del cuerpo y los lenguajes?
Las llamo actos de transmisión. Son verdaderos actos de amor.
Sucesos de lo cotidiano, que dan existencia a los lazos entre los cuerpos y los
lenguajes, derivando la pulsión, el campo tónico postural las imágenes y las palabras.
Nuestra respiración, hambre, sueño, frío, calor, dolor, tensión, distensión,
nuestras miradas, gestos, posturas, nuestras sensaciones de gusto y disgusto.
Sensibilidades y sensorialidades, nuestra vida erótica. nuestras sexualidades y
deseo, no son medios para la experiencia, son las experiencias mismas de
nuestro cuerpo con las que se hace el armado del lazo al mundo, a otros y a
nuestra propia vivencia corporal y lingüística.[3]
Nuestros cuerpos/lenguajes no son cualidades ni atributos, es
lo que constituye a nuestros procesos de subjetivación. La posibilidad de tener
un cuerpo vivo y hablar desde nuestro propio lugar, remite a sucesivas
afectaciones y ligazones del equipamiento biológico a los diferentes lenguajes
de lo viviente. Su realización se hace presente en el origen mismo de la vida,
por continuos actos de transferencia, de transmisión de un otro.
Cuando digo actos de transferencia, actos de transmisión, me
refiero a las escenas donde con el cuerpo se construye un lazo con otro/Otro
–una alteridad-constitutiva, a su vez, del sí mismo.
Lo vemos, por ejemplo, en aquellas modalidades de crianza en
las que cuando se da de comer al bebé, se considera el hambre que tiene o no
tiene, haciéndole notar al bebé –al poner atención en su apetito– cómo se
construyen las relaciones entre el alimento y el apetito de su cuerpo. Se
produce así un saber sobre el propio cuerpo en relación con los
diferentes elementos que componen la escena de la alimentación, a la vez que
con ese otro, que forma parte de la relación. Me refiero, entonces, a las
experiencias que el bebé va estableciendo diariamente, esas coreografías de las
vidas cotidianas...en tanto están sostenidas, presentadas y acompañadas en el
lugar mismo del cuerpo y en su dimensión sensible y parlante.
Retomo unas hermosas palabras de Julián de Ajuriaguerra:
“Nuestro cuerpo no es nada sin el cuerpo del otro, cómplice de su existencia.
Es con el otro que se construye en la intimidad de los sistemas que le son
ofrecidos por la naturaleza, en la intimidad de ese espejo reflectante que es
otro y que hace de nosotros un ser singular”.[4]
Esta construcción se desarrolla a través del lugar que
poseemos o no en la sociedad, en nuestra familia, y particularmente de los
flujos deseantes y de los decires y
saberes que pulsan en lo íntimo de nuestras relaciones y experiencias, que a su
vez están conformadas por los discursos de la época y la cultura que definen
los actos de los lenguajes y del cuerpo.
De este modo, nuestros cuerpos y nuestros lenguajes, en tanto
se construyen, no asumen solamente un carácter expresivo, sino al mismo tiempo
receptivo de aquellas relaciones y experiencias que marcan nuestra existencia,
trazan nuestro deseo y, más aún, cierto saber sobre las vivencias y los
lenguajes con los que gestionamos en el mundo.
Nuestros cuerpos/lenguajes pertenecen a la creación relacional,
a la experiencia de lo íntimo que -al decir de Najmanovich- “brota de la
confianza espontanea […] que se produce a partir de la propia potencia en el
encuentro con lo que es afín, que no espera nada, una intimidad del nosotros,
que no es suma sino sinergia, potencia mutua”.
En nuestros cuerpos/lenguajes habitan intimidades matices,
propiedades, que se derivan del origen, de la historia, de la geografía, de los
saberes familiares y sociales transmitidos y receptados que fundamentan nuestra
singularidad.
Cosmovisiones surcadas por el inconsciente.
Es nuestra manera de hacer con la vida, con la sexualidad, el
amor, la enfermedad, la muerte, la violencia y las creencias. Nuestros
lenguajes/cuerpos son dones, hacen presentes una y otra vez el nacimiento y el
renacimiento de un territorio, una alteridad, una identidad y nuestro deseo.
Como afirma Suely Rolnik, “el cuerpo es fecundado por el ambiente [...] y se anuda en la garganta……reverberaciones…[...] la alteridad no está fuera sino que compone nuestro cuerpo
en su efecto”.[5]
Nombrar Cuerpos/lenguaje y Lenguajes/cuerpos, es un intento
sencillo, -pero no por ello menos valioso- de sobreponer el pensar dualista, a partir
de la lectura de Spinozza: “cuerpo y alma no están pues unidos de manera
alguna, ni son paralelos, caso en el cual se estaría restableciendo el
dualismo, sino más bien son una sola cosa y la misma cosa……designan una entidad
que se expresa de dos maneras” (D.Tatian, en Spinozza disidente)
Desde muy joven vivo en la
ciudad de Buenos Aires. Soy cordobesa por adopción, fui una militante política,
detenida en los años 70. Con un persistente interés por la observación y la
escucha del malestar y el dolor humano. Elegí el estudio como modo de
disciplinar esos silencios, en él encontré un ritmo que instaló orden en el
mundo.
Me sorprende a la vez que me
produce una extraña felicidad haber desarrollado la vida en tiempos y lugares
diferentes. Desprender. Perder. Olvidar. Construir. Inventar nuevos mundos,
otras palabras y otros cuerpos para la misma alma, la misma somática.
Imaginarme de otra manera. Arribar a otros puntos de vista.
Allí y entonces, el cuerpo,
mi cuerpo “una vez más -no medio o instrumento- sino esa relación dinámica,
marcada ya, de mil historias y potenciales con el espacio, la duración, el
contexto y…. un estar juntos en instantes”[6]
Sera entonces que un estudio, una práctica, un pensar el bios, de una práctica, y de un pensar lo
que se pone en juego en una práctica, ¿las personas, los lugares, interrogantes
y decisiones pueden constituirse en un elemento genuinamente político?
Nuestras asfixias, mis
asfixias, aquello que es necesario que empecemos a nombrar a decir y escribir.
Imaginarnos un mundo más respirable.
“El lenguaje es una gran memoria colectiva y el campo donde
se almacena el saber de la especie”.[7]
La escritura, -pienso- las conversaciones, los encuentros son medios por los
cuales, a través del uso de nuestra propia voz formamos parte de esa memoria,
transformándola, transformándonos, aventurándonos a lo desconocido, a equivocar
el decir de la época y construir relatos próximos a nuestra existencia.
Desde este punto de vista, vivir un cuerpo, existir un cuerpo y hablar desde nuestro propio lugar no
remite a una interioridad aislada, de orden intelectual u orgánica, sino
atravesada por un orden familiar, social y político que prescribe los destinos
de nuestras experiencias y pensamientos.
Subrayo con estas palabras “la encarnadura de lo personal en
lo sociopolítico y de lo sociopolítico en lo personal”.[8]
Lo más propio y lo profundamente compartido. Una singularidad
entramada con el mundo: la presencia viva del mundo resuena, hace vibrar mi
cuerpo/lenguaje; afecta, y en cada resonancia de esa afectación se transforma
en potencia de relación y acción. Pulsa mi vida, esos efectos del mundo en mi
cuerpo/lenguaje transforman mis palabras, y mis gestos, mis modos, pequeños
recortes de espacio y tiempo que se instalan en un devenir.
Hace un tiempo atrás leí la conferencia de Ronald Barthes, El placer del texto,[9]
me conmovió de tal manera que siempre la recuerdo. Al leerla me encontré con el
valor del tiempo dedicado a la lectura y la escritura: “cambiar la
lengua/cambiar el mundo”.[10]
Barthes hace una lúcida reflexión sobre el complejo problema del lenguaje en la
cultura y sus efectos, que me resultaron muy interesantes para poder pensar
nuestra posición en las prácticas y nuestro pensar cotidiano:
Sin duda, enseñar, hablar simplemente, fuera de toda sanción
institucional no es una actividad que se encuentre por derecho pura de todo
poder[11]
(la Libido dominandi) está allí agazapado en todo discurso que se sostenga así
fuere a partir de un lugar fuera de poder [...]. Aquel objeto en que se
inscribe el poder desde toda la eternidad humana es el lenguaje o, para ser más
precisos, su expresión obligada: la lengua. El lenguaje es una legislación, la
lengua es su código. No vemos el poder que hay en la lengua porque olvidamos
que toda lengua es una clasificación y que toda clasificación es opresiva
[...], un idioma se define menos por lo que permite decir que por lo que obliga
a decir.[12]
Esta manera de observar y pensar las relaciones de poder que
se anidan en nuestros cuerpos/lenguajes nos permite situar e interrogar sus
efectos en las relaciones que se juegan en la consulta clínica, en las prácticas
comunitarias, de educación y en los procesos de enseñanza-aprendizaje.
¿Cómo orientar mi
formación y el trabajo de enseñanza/transmisión que realizo en los contextos universitarios
y no universitarios en los cuales estoy trabajando?
¿Será que Barthes nos ofrece algunas pistas?
¿Es posible inter-ponerse con la voz propia a la
sobreimpresión de la voz dominadora e implacable testaruda de la estructura, o
sea, “de la especie en tanto habla”, como lo dice Barthes?
¿Cómo des- hacer y hacer
nuestros cuerpos/lenguajes?
¿Es posible que valorando la experiencia de cada cuerpo demos
lugar a un hacer y decir que arma un texto donde las sensibilidades, el dolor,
el placer le hagan trampas a la lengua?[13]
¿Es nuestra tarea recuperar “lo que un cuerpo le hace al
lenguaje”? ¿hacer visible cómo el ritmo de lo viviente asentado en los hábitos,
los afectos el deseo funciona en la doble unidad de pensamiento/cuerpo?
¿Cómo hacernos un cuerpo/lenguaje? Para que nuestra piel,
nuestra respiración un cierto tono muscular, nuestros gestos, una postura pueda
entrar en frecuencia con otros, desear e inventar nuevos modos de encuentros, de
vida y de saberes del cuerpo compartidos.
Pienso que la experiencia misma del cuerpo/lenguaje: jugar,
bailar, cantar, relajarse, moverse, pintar, leer, escribir, pensar, tocarnos, posibilita,
a través de la puesta en juego de las afectaciones que allí se suceden, nuevas
marcas donde las vivencias de los cuerpos/lenguajes hacen diferencias en el
vivir. Y provocan desde las experiencias del cuerpo/lenguaje en la voz de cada
uno de nosotros, las rupturas oportunas con lo que ya está pensado. E iniciar
otras conversaciones, otros diálogos donde la memoria de lo que es no posible -que siga sucediendo- sea el artífice de un
nuevo comienzo.
Prometedores recorridos para nuestro deseo, nuevos
desplazamientos que nos permitan desarrollar diferencias en nuestra potencia de
obrar y pensar.
Diríamos, entonces que la ética de una vida, la ética de una práctica,
de un pensamiento consiste en habitar cada vez más nuestra condición de
viviente. Nuestros flujos deseantes puestos a jugar en lo cotidiano de nuestras
prácticas/pensamientos.
¿Es este uno de los caminos posibles a trabajar y sostener
con nuestras practica /pensamiento para que las problemáticas de género y de la
locura sean repensadas?
Consideremos una y otra vez la amplitud y complejidad de lo
que está en causa en dichas problemáticas, los estatutos reales, imaginario y
simbólico de cada cultura y de cada grupo humano
Reflexionemos sobre lo que está próximo en nuestras prácticas
-por ejemplo- sobre la manera de pensar y de tratar a los cuerpos/lenguajes en
los procesos de enseñanza/aprendizaje y en las actividades asistenciales que
son unos de los territorios cotidianos donde se precipitan los abusos del poder
entramado al saber y la verdad.
Propongo, por un lado, prestar atención a nuestros gestos y a
sobre nuestro modo de estar en el mundo: no saltearnos a nosotros mismos en nuestro
punto de vista y, por otro lado, desarrollar nuestra práctica clínica,
educativa, comunitaria y de enseñanza partiendo de una reflexión cuidadosa sobre el uso y la dirección de la palabra.
Gilles Deleuze ubica la cuestión con claridad: el problema es
el de “saber ignorar”, construido por los discursos dedicados a ponderar “los
templos y ritos de la universalidad del saber […] el drama intelectual de la
época […] es el de una incomunicación. El conocimiento no comunica con
existencias se desconecta….[] de las
potencias de las relaciones y el devenir del cuerpo vivo”.[14]
Se trata de darle importancia a los encuentros. A los espacios y modalidades de nuestras
relaciones con otros, reconocer obstáculos y potencias, particularmente escuchar, –dejarse decir- volver sensible la resonancia de los gestos.
Ya que “hablando y viviendo encontramos variaciones, curvas,
e intensidades. Y ritmos, y tonos y modos. Problemas, silencios y dudas.
Infinidad de saberes”[15]
heterogéneos que se ponen a jugar en los cuerpos/lenguajes creando nuevas semióticas y otras formas de
transmisión.
Sería, reinventar nuestras prácticas en su continuidad y discontinuidad.
Localizar las impresiones y afectaciones que nos producen las relaciones que
establecemos en ella, nuestros modos de hacer y de nombrar, nuestros modos de usar nuestros cuerpos/lenguajes.
Demos paso a que los
usos de los cuerpos/lenguajes nos enseñen sus significados y sus saberes.
Pensémonos con otros, interrogando nuestros hábitos en los
cuales el saber del cuerpo y de los
discursos disciplinares se producen de un modo disociado y prescriptivo.
Agudicemos nuestra observación, a través de la escucha
sensible a nuestros cuerpos/lenguajes para que los automatismos e ideales que
los discursos disciplinares transfieren a nuestras prácticas cotidianas puedan
ser de-construidas y transformadas en experiencias singulares, deseantes que se
ponen en juego con su propio ritmo en el caso a caso y en el paso a paso.
Dejemos, como dice Marie Bardet (2021), que las imágenes,
palabras y gestos de lo que llamamos pensar se dejen perturbar, alterar, tocar
desplazar. Habitemos los problemas y las tensiones situadas en las relaciones hasta
hallar un camino. Y cada vez que un “no saber” se nos despierta, no salgamos a
la gran conquista de lo desconocido, permanezcamos en nuestro lugar, situémonos
desorientados… atentas a nuestros “temblores”
“insomnios” que no son más que una
reverberación de lo naturalizado y lo estabilizado.
Buenos Aires Mayo del 2023
[1] Conferencia de apertura
del 1° Encuentro de Psicomotricistas del Sur en el marco del 3° Congreso
Nacional de la Facultad de Psicología (FaPsi) de la Universidad Nacional de San
Luis (UNSL).
[2] “Hacer una experiencia significa alcanzar algo haciendo un camino.
Hacer una experiencia con algo significa que aquello mismo hacia donde llegamos
caminando para alcanzarlo, nos demanda, nos toca y nos requiere en tanto que
nos transforma hacia sí mismo”, Martin Heidegger, De camino al habla. Traducción de Ives Zimmmerman, Barcelona, Odos,
1987, p. 159.
[3] Aludo con la palabra “vivencia” a una experiencia que, al ser
reconocida por una descripción o relato que forma parte de la vida del autor,
pone en vaivén tanto a los códigos corporales como del lenguaje.
[4] Julián de Ajuriaguerra, “Ontogénesis de las posturas el yo y el
otro”, en Cuerpo y comunicación,
Madrid, Editorial Pirámide, 1982. Por su parte, la mirada de Deleuze sobre el
cuerpo y sus relaciones resultan muy interesantes y amplían la perspectiva de
nuestra reflexión: “Para cada existencia (individual o colectiva) solo hay
problemas de su cuerpo en relación con los otros, cosas o personas de cómo
estas relaciones concretas se componen de tal modo que angostan o ensanchan su
existencia. Y esto va tanto para un colectivo que organiza y protege relaciones
comunitarias, como para el capitalismo que habita concretamente nuestra vida.
Nadie encuentra nada diciendo ‘soy anticapitalista’ o ‘soy explotado’. En la
totalidad no hay nadie”. Gilles Deleuze, En
medio de Spinoza, Buenos Aires, Cactus, 2019.
[5] “Decolonizar el
inconsciente Una conversación con Suely Rolnik sobre micropolítica” está
disponible en Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=K0L6-mSVNuI.
[6] Bardet, M. (2021) Perder la cara.
Buenos Aires, Argentina: Ed. Cactus.
[7] Alfredo Jerusalinsky, Seminario “Organismo, cuerpo, sujeto, tres
instancias inseparables para el psicodiagnóstico. Clasificar o entender, esa es
la pregunta”, 24 de agosto de 2016. Lic. en Psicomotricidad UNTREF.
[8] Gregorio Kaminsky, Baruch
Spinoza, La política de las pasiones. Tesis doctoral. Universidad de Buenos
Aires, 1988
[9] Roland Barthes, El placer del
Texto y Lección Inaugural de la
cátedra de Semiología literaria del Collège de France, Buenos Aires, Siglo
XXI, 2003, p.111
[10] Al decir de Mallarme: Cambiar la lengua/cambiar el mundo. Roland
Barthes, íbid.
[11] “Adivinamos entonces que el poder está presente en los más finos
mecanismos del intercambio social: no solo en el estado, las clases, los
grupos, sino también en las modas, las opiniones corrientes, los espectáculos,
los juegos, los deportes, las informaciones, las relaciones familiares y
privadas, y hasta en los accesos liberadores que tratan de impugnarlo: llamo
discurso de poder a todo discurso que engendra la falta, y por ende la
culpabilidad del que lo recibe”. Roland Barthes, íbid.
[12] Roland Barthes, íbid.
[13] “[e]l texto es el afloramiento mismo de la lengua, y que es dentro
de la lengua donde la lengua debe ser combatida, descarriada no por el mensaje
del cual es instrumento sino por el juego de las palabras cuyo teatro
constituye”, Roland Barthes, íbid.
[14] Gilles Deleuze, En medio de
Spinoza, Buenos Aires, Cactus 2019, p.14.
[15] Gilles Deleuze, Íbid.
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